Ese digno hombre, alejado de la preocupación que pudiera generarse tan cerca de él, sin pensar en nada, duerme plácidamente, con una tranquilidad en una de las bancas colocadas en el palacio, tiene un aspecto que para muchos, diría da mala imagen al centro histórico, pero eso es lo que menos le importa, como si también él importará a esos gobernantes que a diario cuchichean los problemas que les roba la tranquilidad cuando se trata de rendir cuentas.

Adivinaste, ese es, el hombre vagabundo, con su poca ropa, con su bolsa recogido por ahí en algún tambo de basura, pero que bien guarda algunas de sus pertenencias, cosas de primera necesidad, como es su agua, su poca comida que recaba de esos hombres y mujeres de buen corazón.
Es el mismo vagabundo que duerme de día, duerme de noche, duerme a medio día y a media noche, sin ningún interés tan solo esperar el siguiente día, para acomodarse de nuevo en su lugar favorito, donde ve salir incluso hasta a la primera autoridad, rascándose la cabeza por que el fin se acerca, dando vueltas de columna en columna, porque las cuentas no cuadran o tal vez porque la comida no alcanza y hoy el vagabundo quedará sin recibir su rebana.
Casi nadie mira a ese hombre, desolado, desarreglado y con los olores naturales que el propio cuerpo desprende, pero él sigue su lucha diaria, incluso algunos le llaman loco, pero ser vagabundo no es ser un loco, quizá es por pereza, porque el mundo esta lleno de tantos problemas que prefiere no contarlas para arreglarlas, porque mientras unos los arreglan otros van haciendo nuevos problemas.
El vagabundo seguirá con su misma rutina de siempre, mientras haya sangre en sus venas, mientras puede seguir respirando, el sabe que no es asunto suyo lo que a diario escucha entre las paredes del palacio municipal, lleno de tanta incongruencias y preocupación, porque el FIN llega para ellos y no para el HOMBRE VAGABUNDO.